LLAMADAS O LLAMARADAS
Siguió llamándola después de muerta. Todos
los días, al llegar a casa. Cogía el teléfono, miraba la pantalla y a veces
incluso la acariciaba. Se encendía un cigarrillo. Marcaba. Dejaba que el tono
se agotara. Después saltaba el contestador automático. Entonces podía oír su
voz: "Hola ¿qué tal? jajaja (escuchaba su risilla entre tímida y pícara
que tanto le gustaba). No, no estoy en casa. Este es el contestador automático
de Laura S. Esta es una máquina que me suplanta (decía la voz impostada como si
fuera un robot. La verdad es que no tenía demasiada gracia, pero a él eso no le
importaba) Si quieres puedes dejar tu
mensaje después de oír la señal. Piiiiiiii"
Las lágrimas brotaban en cada llamada.
Cada día. Siempre que llamaba. Sin embargo no podía dejar de hacerlo. Seguro
que no era bueno para él. Emperrarse con aquello de esa manera.
No se lo había contado a nadie. Ni
siquiera a sus mejores amigos. Aquello pertenecía a su vida íntima. Más aun,
pertenecía a su vida secreta. Se sentía vivo, se mentía. Después se tomaba otro
trago y lloraba un rato más, hasta que se quedaba dormido, se emborrachaba lo
suficiente para que el dolor se convirtiera en otra cosa o se secara.
Un buen día la voz en el contestador ya no
apareció y el tono se convirtió en otro tono y la voz en otra, lejana y fría:
"el número de teléfono marcado no pertenece a ningún usuario de nuestra
compañía"
La primera vez que escuchó el mensaje algo
se le quebró en el pecho. Era como si la hubiera perdido por segunda vez. Sabía
que estaba muerta. Oh, sí, lo sabía, pero su voz... Ahora había perdido también
su voz.
No obstante continuó llamando y se llegó a
acostumbrar a la nueva voz mientras añoraba la vieja. La voz querida.
Volvió a llamar todos los días. Un
cigarrillo. Una copa. El teléfono. Marcar. Esperar. Escuchar el nuevo tono.
Escuchar la voz que le negaba cualquier posibilidad de comunicación.
Resignación. Copa. Cigarrillo. Tumbarse en el sofá. Mirar el techo o la
lámpara. A oscuras o en tinieblas. Recordar. Besar el recuerdo. Añorar. Y
volver a llamar. ¿Por qué habría de renunciar? Cada cual vive la vida como le
viene en gana.
Ya ni recuerda cuánto tiempo lleva
viviendo de este modo. Como le viene en gana. ¿Días? ¿Meses? ¿Años? ¿Milenios?
Lo mismo da.
Quizás no de lo mismo. Quizás deba parar.
Ha olvidado aquella voz y aquella risilla que tanto le gustaba. Tiene
dificultades para acordarse de la frase exacta grabada en el contestador. ¿Cómo
era? Así no. Así tampoco ¿Cuándo reía?.
Va a costarle. Va a costarle mucho. Llegar
a casa y no desear tomar el teléfono. Una terrible adicción. La cosa que le
daba un objetivo en esta perra vida. ¿Era un objetivo real? ¿Qué es real? Oh,
Dios, no sabe que responderse. Sin embargo decide hacer una llamada más. Una
última. Se acabó. Como un verdadero adicto que dice esto y luego dice lo otro.
Lo hará. Lo hará.
Se enciende el cigarrillo. Se sirve la
copa. Ha elegido una botella de las buenas. Hay que despedirse a lo grande.
Marca. Espera. Entonces. Entonces un nuevo tono. Como el de antaño. No surge la
voz lejana y fría. No hay mensaje. Descuelgan. Siente una sensación que le
surge del estómago y se anida en su pecho. Como una ligera posesión. Una voz.
Una voz femenina:
- ¿Hola?
Una voz cantarina. Amable. Una voz que
vuelve a interrogar:
- ¿Quién? ¿Holaaaaa?
No permite que la voz vuelva a preguntar.
Cuelga. Aparta el teléfono. Lo tira sobre el sofá. Se sienta al lado. Se siente
confundido y extasiado. El corazón le brinca. En su fuero interno no esperaba
esto, aunque lo deseara. Han contestado. No, no es ella. ¿Quién podrá ser?
Madre mía ¿Quién podrá ser?
Se acurruca en el sofá y como un torrente
acuden a él de un modo prístino y claro todos los recuerdos de ambos. De él y
de ella. Cómo se conocieron, qué hicieron, como terminó todo. Sabe que no debe
volver a llamar, pero va a hacerlo. Llama:
- ¿Hola? -dice la voz. -¿Hola? -repite.
-¿Quién eres, un gracioso? Pues que sepas que no me hace ni pizca de gracia,
joder.
Él va a contestar, pero de su garganta
solo acierta a surgir un conato de palabra. Un gruñido. Algo como gaaarggg.
- ¿Por qué no te vas a molestar a tu puta
madre, guapo?
Vuelve a colgar.
Durante toda la noche sueña con una
extraña que a él se le revela como la chica al otro lado del teléfono. Durante
todo el día no puede dejar de pensar en otra cosa que en la voz, en la chica,
al otro lado de la línea. Cree haber reconocido en la voz cierto parecido a la
voz de Laura. Aunque quién sabe, está convencido de haber olvidado el timbre de
su voz. Desde luego no es ella. NO puede serlo. NO debe volver a marca ese
número nunca jamás. Quizás sea una buena idea borrarlo de la memoria de su
teléfono. Sí, eso hará.
Sin embargo no es fácil. Cuando uno tiene
una fijación y nada más que el recuerdo y beber una copa y fumar un cigarrillo
y mirar la pared o la lámpara encendida y desear que todo hubiera ido de otra
manera a como terminaron las cosas entre Laura y él y lamerse las heridas que
se reabren a cada golpe de memoria y en cada rostro el reflejo en el cristal.
Tal es el torrente de sus pensamientos. Mierda. Se gira en el sofá y desearía
que parase ese torrente y el contenido fangoso del mismo.
Sabe que la única manera de acabar con
ello es zambullirse en el deseo de dejarse caer en la acción. En la adicción.
Se traga el trago y aferra el teléfono y marca el número y una voz femenina y
ligeramente borracha le contesta al otro lado:
- ¡Hola!
- ...
- ¿Hola?
- ...Grrrr
- ¿Hola?. ¡Joder, no empecemos! ¿Sabes que
esto es acoso?
- No, per... perdona, no es mi intención
asustarte.
- Entonces ¿cuál es tu intención?
Y asombrosamente le cuenta lo sucedido. Le
cuenta su historia de amor con Laura y los años felices pasados juntos y sus
planes de futuro y que la muerte de Laura le lanzó a un abismo de tristeza y
que el único consuelo que podía hallar era llamar a ese número de teléfono y
escuchar la voz de Laura en el mensaje y su risilla y que un día dejó de aparecer
y que otro día apareció otra voz (que en cierto modo le recordaba la voz de
Laura) y que esa voz era la suya y que de ese modo habían llegado hasta aquí.
- Lo siento. Lo siento mucho -Dice la voz
femenina y ligeramente borracha. ¿Sabes? Yo también bebo para olvidar. Mi novio
murió hace tres meses. Algo terrible.
- Lo siento. Lo siento mucho -Dice él.
¿Qué ocurrió?
- Prefiero no hablar de ello. Prefiero que
me hables de ti.
- ¿Cómo te llamas?
- ¿Cómo te llamas tú?
- Me llamo Z.
- Bonito nombre.
- ¿Cuál es el tuyo?
- ¿Cómo te gustaría que me llamase?
- No lo sé.
- Me llamo Laura. Sí, me llamo Laura.
Cae de culo en el sofá. "¿Será verdad
lo que me dice? ¿Se llamará Laura de verdad o me está tomando el pelo, jugando
a un juego cruel conmigo? No, esto es imposible". Se dice y luego
revolotea nervioso por todo el apartamento hasta que encuentra un viejo álbum
de fotos y lo abre y ve viejas fotos de Laura y de él sonriendo y poniendo
caras de tonto en éste o aquel viaje aquí y allá, hasta que encuentra otro foto
de Laura, ella sola, en la ventana del apartamento, el brillo del sol enredado
en su pelo castaño claro lacio y sedoso. Laura parece muy triste en esa foto.
No recuerda el momento o quién hizo la foto. No le gusta esa foto. Esa foto
desencadena un nuevo torrente de pensamiento aun más fangoso, cruel y oscuro
que el anterior. Y se le clava en mitad de la memoria.
- Escucha, si de verdad eres Laura, dime
qué ocurrió.
- No quiero hablar de ello. Aquello no
debió ocurrir nunca. Fue un error.
- Pero... ¿Qué ocurrió?
- Escucha, yo no soy tu Laura. Eres tú
quien debe desvelar tus rincones oscuros. Suficiente tengo con los míos. El
refugio o el horror. Todo esto es un completo sinsentido. Acabemos con ello.
- Veámonos.
- Estás loco. Eso es imposible. No somos
nada. No nos conocemos. No eres más que una voz extraña al otro lado.
- Pero... eres Laura.
- Lo soy, soy Laura, pero no soy tu Laura.
- ¿Qué ocurrió?
Laura suelta repentina y bruscamente una
carcajada. La carcajada suena a habitación rompiéndose, a mundos quebrándose.
¿De qué hablan? ¿Qué está ocurriendo?
No puede con la culpa bajo el disfraz,
bajo la máscara. Una última llamada. Lo desvelará todo. Será una liberación.
- ¿Sí?
- Perdón, creo que me he confundido.
- ¿Por quién preguntaba?
- Preguntaba por Laura.
- Laura no está. ¿Quién es?
- Oh, bueno, no importa, soy un a... un
conocido.
- Oh, lo siento mucho ¿Sabe? Laura murió
hace tres días. Algo espantoso, terrible. Un terrible accidente.
- ¿Cómo? Ayer mismo yo... hablé con... No
es posible.
- No le comprendo, señor.
- ¿Qué ocurrió?
- Un terrible accidente, algo espantoso.
Laura cayó... cayó por la ventana, mi pobre niña.
Cuelga. No quiere escuchar nada más.
Revolotea por el apartamento hasta encontrar el viejo álbum de foto y de entre
ellas toma la foto donde Laura aparece con el brillo del sol enredado en su
pelo castaño claro lacio y sedoso, triste. Entonces recuerda el momento y quién
hizo la foto.