Muerto en una habitación ridículamente pequeña.
El escritor le sacaba punta a todo. Y tenía fantasmas guardados en una caja. De vez en cuando se desencajaba la cabeza y se la sacaba y la ponía en la mesita a descansar. Y se tumbaba con el resto del cuerpo en la cama, y a veces en el suelo, como remontándose generaciones atrás.
La verdad sea dicha: todo sea en nombre de la emoción.
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