miércoles, 2 de noviembre de 2011

Del libro de los muertos y de los que van a morir... (VII)





















Se alimenta de su risa. La bestia permanece en la sombra. Espía. Acecha. Nunca se deja ver. Cuando la escucha reír, su extraño ser tiembla entero. Una rara mezcla de satisfacción y pena le embarga. Aúlla para sus adentros, y maldice su condición. Sin embargo no puede abandonar esa sombra. Si se mostrara, sería destruida. La bestia está irremediablemente unida a su presa.

Han pasado los años. La risa de la mujer se va agotando. Se está haciendo vieja y cada día le cuesta más reír, sonreír. Se mira en el espejo, desnuda, y se toca la carne antes firme; los senos que antaño apuntaban desafiantes como una pistola. Sabe que todavía puede resultar deseable. Pero ella ya no tiene mayor deseo. Sus deseos se fueron secando. Un buen día supo que nada iba a ser como ella creyó que sería. Sin mayor tragedia. Sin otra cosa. Sin ovaciones, ni lágrimas, ni bises, ni nada de nada. ¿A quien podrían importar aquellas cosas que ocurren a otros? ¿Acaso nos importan a nosotros?.

La falta de risa está matando de hambre a la bestia. Podría abandonar aquella sombra y buscar otra desde donde acechar. En otro lugar. Al lado de alguien más joven, que aun tenga motivos y ganas de reír, y alimentarse de ella. Pero no lo hace. Y no lo hace porque secretamente la bestia está enamorada de la mujer.

Esto es una gran equivocación. Un grave problema. Su naturaleza le exige un alimento muy concreto: la risa de la humanidad entera, de sus mujeres, de sus momentos mágicos, de sus creencias, ilusiones, promesas y deseos. Se trata de tomar lo que le falta. Completarse en el otro lado. Arrebatar, quitar, desposeer, para tener. ¿Qué va a hacer ahora? ¿Se quedará allí la bestia, plantada en la sombra, hasta consumirse de hambre y consumirse de amor? ¿Saldrá afuera, a la luz, revelando su condición y matando a su presa, a su amada?.

Una lágrima cálida resbala por su mejilla y cae en la palma de su mano. La mira. Mira sus garras duras y afiladas. Cierra el puño y aprieta fuerte hasta hacerse sangrar. Da un paso vacilante y su extraña forma sale de la sombra. La bestia se queda quieta en mitad de la habitación. La mujer está desnuda ante el espejo. Se dice que aun es deseable y se acaricia la piel. La bestia alza la mano para proteger sus ojos de la luz; para poder ver en el resplandor. En aquel momento se siente vulnerable, y no le importa. La mujer puede ahora ver a la bestia. No tiene miedo. Ni siquiera parece sorprendida por su aparición. Como si hubiera sabido de su presencia desde siempre. Tampoco parece avergonzada por su desnudez. Quizás esto mismo le conceda poder. Parece tener la situación bien controlada.-Ven. -le dice a la bestia. -Yo te conozco. No te aflijas más.

La bestia se derrumba. Cae de rodillas. La mujer le abraza en su cálida desnudez. Levanta su insólita cara y mira a los ojos del ser. No hay sonrisa en su rostro, pero la bestia se pierde en sus ojos y, por vez primera en su abyecta vida, ve algo que jamás había visto antes. No sabe ponerle un nombre. No sabe sentirlo. Le supera. Le destruye. La bestia cae muerta al instante. De sus fauces entreabiertas surgen mariposas, pajarillos y flores hermosas que flotan o echan a volar y que se escapan a través del espejo.

La mujer arranca la piel velluda a la bestia y se cubre con ella. Se acurruca en el rincón, en la sombra.

2 comentarios:

  1. Se enfrenta a sus monstruos sin miedo y se queda sola.
    Estupendo.

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  2. Y no olvidemos que el monstruo también se atreve a enfrentarse a ella. Con todo el miedo del mundo, eso sí.

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