Veíamos caer a los astronautas. Caían desde las nubes, o más bien a través de ellas, y creíamos que eran ángeles.
Los chavales salvajes, que no creían en nada, los arrastraban o bien acorralaban a algunos de ellos y los molían a palos. Les destrozaban los cascos a pedradas, y el astronauta moría asfixiado.
La atmósfera que nosotros respirábamos a ellos no les servía. Sólo les servía nuestro amor. Nada de lo que ellos portaban nos servía a nosotros. Los chavales salvajes los mataban porque se aburrían.
Luego estaban las naves, destrozadas entre colinas de basura y escombros. Allí abandonadas parecían exoesqueletos...
No hay comentarios:
Publicar un comentario