Abrió los ojos y la primera luz del día fue una presencia delicada: los rayos solares se enredaban jugando en las cristaleras de la balconada; flotaban las cortinas, brillantes y aureoladas, llevadas por una brisa de oro. Y más allá el jardín que comenzaba a ser bosque...
De repente supo que aquel sería el peor día de su vida.
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