martes, 6 de septiembre de 2011

Del libro de los muertos y de los que van a morir... (III)





















Al final lo había hecho. Había preparado el baño con agua caliente y una vez dentro se había cortado las venas.
No había necesitado más ritual. No hubo velas, ni copas de cognac, ni notas de despedida. No había ya nadie a quien decir palabra. No hubo lágrimas.

El agua se tiñó de rojo rápidamente y rápidamente comenzó a sentir un dulce sopor. Se durmió. Y luego se despertó.
El agua se había quedado fría. Estaba helada y la mujer tiritaba. Ya no manaba sangre de las muñecas abiertas.
Se echó por encima una toalla y se deslizó vacilante hasta la cama. Se tumbó; tiritó un poco más; miró al techo, a su gato japonés de la buena suerte llamando con su brazo; miró al reloj; miró sus heridas; se debatió un rato en pensamientos que no podía asir. Y a la mañana siguiente se despertó. Todavía viva.

Lloraba. No había dejado de llorar toda la noche. Durante el sueño, agitado, y ahora en la vigilia. Comprendía muy bien qué había ocurrido, aunque prefería no pensar en ello. Ni mucho menos verbalizarlo.
Sólo había caminado un poco, como Parsifal, y sin embargo había avanzado mucho. Quizás demasiado.

¿Con quien podría compartirlo? Nadie lo entendería. De eso estaba segura. Pero ¿Y si todo había sido una equivocación? Una mera confusión de sentido. Un chiste extraño y cruel. No, había ocurrido. Lo había hecho. Kaput. Finito. Terminado. Y sin embargo ¿Qué había cambiado? Todo parecía igual. Las mismas sensaciones. El dolor, el dolor, siempre el dolor. Y el miedo. Entonces ¿De qué había servido todos aquello?.

Volvió a llenar la bañera de agua caliente. Volvió a meterse en ella. Volvió a cerrar los ojos. Volvió a despertarse helada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario