viernes, 23 de septiembre de 2011

Del libro de los muertos y de los que van a morir... (IV)





















El tiempo se había detenido en la casa. Un tiempo suspendido, roto, como el espacio. Un no-tiempo, un portal interdimensional, como marcado por el rascar de la aguja en un vinilo rayado. Clac, clac, clac, clac. Si abrían la puerta a la calle les saludaba un abismo o un Juego de la Oca. No la abrieron nunca más.

Podían sentir cómo eran observados desde el edificio de enfrente. Ojos escrutadores. Vigilantes. Mentes poderosas que invadían las suyas y proyectaban sus pensamientos contra la casa. Contra ellos. Contra sus vidas.
Si callaban y escuchaban atentamente podían oírlos reptar por la fachada. Y entonces corrían a cerrar las puertas y las ventanas. Aunque intuían que otra vez habían llegado tarde; que ya estaban dentro, materializados en la habitación. Al girar la cabeza, desaparecían. Y todo volvía a empezar.

¿Qué era aquello? ¿Cuándo había empezado todo ello? ¿El día que escucharon las palabras en la calle? ¿La voz que se dirigía a ellos y que parecía surgir de todas partes? ¿El día que los muchachos les atacaron y los perros les aullaron? No sabían decirlo con seguridad, pero sí sabían que si algunas palabras podían destruirlos, otras podrían curarlos.

A partir de entonces se integraron en la sombra. La aceptaron y aprendieron a comunicarse con ella. Cada crujido, cada chasquido, golpe, chirrido, susurro, cada signo, cada símbolo. Aceptaron que habían sido engullidos por el vientre del monstruo, por lo desconocido, y que, una vez muertos, podrían renacer. Tal era el precio que había que pagar.

Olvidaron los viejos tiempos felices. Naderías, insignificancias. Y entonces se materializaron sus enemigos: Los Niños Marcados. Allí, en el corredor de la casa, en las paredes... Ahora podían hacerles frente. Tenían el alfabeto. Se reconocieron a ellos mismos en los rostros de los Niños Marcados, a pesar de las muecas terroríficas y de las terribles cicatrices. Abrieron sus bocas y les hablaron y abrieron sus brazos y los abrazaron. Al instante los fantasmas se desvanecieron, dejando sobre el suelo un charco de perlas.

Entonces creyeron haberse liberado. Se miraron a los ojos y comenzaron otra guerra.

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