miércoles, 23 de marzo de 2011

Crónicas secretas de artistas geniales... (II)





















LA DESILUSIÓN DE RENÉ DAUMAL

René Daumal, el más secreto de los poetas franceses, toma el revólver que le entrega su amigo Gilbert-Lecomte. Lo mira por unos segundos. Abre el tambor e introduce un único proyectil.
Blanco y negro y blanco y negro.

-¡Atención! -dice. -Quiero eseñaros a morir. -Añáde, y levanta el arma mostrándola a las personas convocadas. Todos amigos y poetas.
Respira profundamente por la nariz al estilo yóguico, y tras relajar su cuerpo continúa diciendo: -¡Cerrad los ojos, apretad los dientes!. -Les dice, al tiempo que hace girar el tambor del Colt.

Lleva el arma a su sien derecha y, sin mayor teatro, aprieta el gatillo y dispara. ¡Clac!. No hay detonación. René Daumal abre los ojos: -¡Ya veis, no es nada difícil, no hay en esto nada asombroso!. -Les habla desde el vértigo y la altura que procura la experiencia, pero sin pontificar.
Toma otra bala; la mete en el revólver: -Negro y blanco y negro y blanco. -Vuelve a hacer girar el tambor para no saber dónde ha quedado el proyectil. Dispara otra vez sobre sí. ¡Clac!. El gatillo vuelve a percutir sobre vacío.

-Ya veis que pronto se aprende. Os hablo sin amor, y sin embargo bien sabéis... Hace esta vez una pausa teatral para que el silencio subraye la verticalidad de la experiencia mostrada y la vigilia verbal. -...Hay que llevar la evidencia hasta lo absurdo.

Hay que llevar la evidencia, ha dicho, y coge tres balas más.
-Blanco y negro y blanco y negro y negro y blanco. Las introduce en el arma.
-Si nuestras almas cambiaran sus cuerpos... -Gira el tambor. -...nada cambiaría.
Alza el revólver. -...por lo tanto no habléis más de cuerpos y almas. Lo coloca en su sien. -Blanco... Aspira -...negro. Dispara. ¡Clac!. -Es lo único que podemos concebir unido. Baja el revólver. -¿No es cierto que no hay en esto nada trágico?. Deja el arma sobre la mesa.

Se levanta. Bebe un trago de absenta. -Os hablo sin pasión. -Dice, y les apunta con el dedo. -Blanco, negro, blanco, negro. -Les suelta y luego chasquea la lengua. -¡Clac!. Le está devolviendo a la poesía su carácter de aventura metafísica.

-Es mi eterno grito de moribundo. Ese grito blanco, ese agujero negro... Se levanta y recoge su abrigo. -¡Oh! No entendéis nada, ni tampoco existís. Abre la puerta. -Yo me encuentro solo para morir.

Roger Gilbert-Lecomte mira a Rolland de Reneville. Entienden que acaban de presenciar la desilusión de un hombre que se resiste a ser moldeado sólo por el ensueño o la fantasía y que, en última instancia, únicamente responde a los designios de una más alta magia.

2 comentarios:

  1. Es duro aceptar que existen designios. Lo dichoso es saber que pertenecen a una Más Alta Magia.

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