martes, 1 de marzo de 2011

Formas del horror... (XVIII)





















Nadie sabía a qué se dedicaba aquella persona singular. Toda su actividad parecía consistir en hacerse fotografiar con todo aquel que consintiera en ello. Pasaba horas enteras inquiriendo a los vecinos y transeuntes para que posaran junto a él, y cuando alguien consentía el hombre les saludaba cortésmente sacándose la chistera e inclinando la cabeza. Esto parecía hacerle feliz ya que algo parecido a una sonrisa se adivinaba bajo su enorme bigote pasado de moda.

Mas al revelar las fotografías, en su rostro podía intuirse una mueca de romper a llorar. Quien quisiera podía encontrarle siempre en el mismo lugar: en el cruce de dos calles, un sitio que había perdido el color y se había convertido en un rincón en blanco y negro.

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